Los Macocos (Los Albornoz. Delicias de una familia argentina)
Ficha
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Datos de funciones:
Durante julio, irá los días viernes y sábados a las 21.00 horas en el Teatro CPM Multiescena ubicado en Avenida Corrientes 1764
Todo absurdo es político
Los Albornoz son una familia argentina cualquiera, como la tuya, como la mía. Una cualquiera si consideramos un contexto de crisis acuciante, que saca todas las miserias de los integrantes a flor de piel ante la mirada de la platea. Todo esto, lejos de un descarnado drama, es una comedia desternillante y reaggiornada de Los Macocos, que resignifican luego de casi 20 años su espectáculo Los Albornoz, delicias de una familia argentina.
Tras 34 años de trayectoria, este cuarteto demuestra la soltura y el talento al que nos tienen acostumbrados para representar un show que, casi dos décadas después y centrado en la crisis de la clase media, no ha perdido ni una coma de vigencia. Se trata de una familia tipo, el padre Albornoz (Martín Salazar), un tonto sin remedio cuyo trabajo y sostén familiar penden de un hilo; la madre (Gabriel Wolf), una ingenua ama de casa entregada enteramente a su clan; los hijos (ambos, Daniel Casablanca), uno, un joven cuya devoción a su padre recuerda más a la idiotez de éste y la hija, una muchacha sin talento alguno pero ávida de triunfar como actriz. Completa este cuadro, la abuela (Marcelo Xicartis), una suerte de premonición de Violencia Rivas que cree que salió de la caverna para contemplar la estupidez de su familia, pero no se mezquina en situaciones miserables. Este costumbrismo, pintado al óleo en un escenario de paredes y sillones floreadas y televisor de los 60 a la cual la abuela esta prendida, va desencadenando en absurdo tras el despido y enfermedad fatal del padre, con cuatro integrantes inútiles incursionando en la venta de órganos o en el proxenetismo intrafamiliar para salir a flote. Además, el afuera aparece a través de una pantalla arriba del escenario, representando una televisión burda y superficial que engatusa a los protagonistas.
La atención al detalle es el centro del humor del grupo. Cada personaje, cada gag, cada texto está compuesto con minucia. Los protagonistas interactúan con absoluta soltura entre sí, no sin permitirse pequeños lugares de juego, verdaderas muestras de su ejercitado rapport con el público. Tal es es así que el espectáculo no se limita a las tablas: nuestra miserable familia se permite juegos arriba y abajo del escenario, no solo como prueba de su versatilidad sino también como forma de desdibujar la diferencia entre adentro y afuera, trazar esas claras visiones sobre la Argentina, sobre quiénes fuimos, somos y seremos.
Con más guiños a la realidad que un noticiero, la desopilante reposición de Los Macocos (y sus pertinentes actualizaciones) no hacen más que subrayar la vigencia del conjunto. Hasta la pavada más grande esconde una sincera alusión a la realidad, una pequeña protesta, un sentido reflexivo sobre nuestra cotidianeidad, pues todo es pasible a la carcajada. Su aguda mirada sobre la realidad, que ha cosechado fanáticos y fanáticas siempre presentes en la platea, es una invitación exquisita a la carcajada y al humor profundamente político, siempre tan necesario, sobre todo en contextos de crisis.
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