Precoz

Ficha

  • Datos de funciones:

    Información sobre las funciones, en la cartelera

  • Prensa:

    Marisol Cambre

 

Mucho más que dos

Un espacio con paredes negras que forman algunos rincones, tubos de luces distribuidos en ellas y un sillón de cuero marrón, raído, en un costado, casi al fondo. Este espacio podría ser cualquier lado, estar en cualquier lugar y en realidad nunca se sabe con exactitud donde se dan los hechos, puede ser un campo, un lugar humilde… aunque se sabe que es una casita de dos pisos, cerca de unos viñedos; en realidad poco importa dónde están los personajes, con saber que es un pueblo chico alcanza para entender el contexto.

Ellos son una madre (Julieta Díaz) y “el hijo” (Tomás Wicz), así lo llama ella, parece no tener nombre, también da la sensación de distanciamiento porque no dice “mi hijo”, sin embargo, son inseparables, su relación es casi simbiótica. Son madre e hijo, son amigos, son padre e hija, son hermanos, son amantes, algunos límites se confunden, se mezclan, pero su mundo es así y les funciona, aunque ahora apareció otra persona y todo parece desmoronarse. “El” es una salvación y una amenaza, la tormenta y el remanso, es quien definitivamente transformará sus vidas en un torbellino (y ni siquiera lo sabe).

Ella se ocupa del hijo, lo hace ir al liceo, quiere que los asistentes sociales que los visitan constantemente, los dejen en paz, anhela que todo esté bien y el chico ayuda, también quiere estar tranquilo, pero no sabe bien para dónde ir, falta mucho a la escuela, pero tampoco quiere quedarse en la casa con ella, aparentemente no tiene amigos, solo algunos compañeros, esos con los que comparte el castigo por ser problemáticos. La sociedad los mira de reojo, los señala, los juzga, pero a ellos no les importa, porque se tienen el uno al otro. Sus vidas parecen una barca a la deriva en un mar por momentos calmo y por otros muy picado.

“El” nunca se ve, es el novio de la madre… bueno novio, es el empresario con el que tiene una historia que llega a obsesionarla, que la lleva al borde del abismo. Es el punto de discordia, pero solo se lo nombra.

El espectáculo tiene una narrativa particular, en la cual los personajes la mayor parte del tiempo cuentan lo que vivieron y sintieron, es casi un relato compartido con algunas acciones que guían el cuento.

El sillón, es una guía, indica dónde hay que mirar, se transforma en el lugar más relevante de cada escena, se convierte en lo que haga falta, siendo en reiteradas oportunidades su auto, por ejemplo. Las luces por momentos parpadean, ayudan a viajar en el tiempo o a trasladarse de un lugar a otro o saltar situaciones. Ese gran espacio negro, se magnifica con la puesta en escena, que logra con una pose o una mirada de los actores, que el público pueda ver lo que ellos ven, ese más allá, es llevado al aquí y ahora con simpleza.

Un espectáculo que se sustenta con el trabajo de sus protagonistas, que crecen, se vuelven inmensos, le otorgan profundidad a los personajes y consecuentemente a los hechos; Julieta y Tomás se complementan, pasan de un estado a otro en cuestión de segundos de manera orgánica y hacen galas de su talento.

Su directora Lorena Vega, logra con una puesta ágil e inteligente y valiéndose de los grandes actores con los que cuenta, que un texto nada simple, fluya y atrape al público, generando un silencio total en la sala, salvo en los momentos humorísticos.

Esta obra, basada en la novela del mismo nombre de Ariana Harwicz, es diferente en varios sentidos y brinda la posibilidad de disfrutar de excelentes actuaciones; sin dudas, vale la pena salir del molde y conocer algo nuevo. Una madre, el hijo y el… un el que cambiará todo, que se transformará en ese mar, que se los puede comer.

 Ficha:

Con: Julieta Díaz y Tomás Wicz

Dirección: Lorena Vega

Categorías: Reseñas

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