La computadora salvaje
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Hauntología del conurbano
En el último capítulo de la primera temporada de Mad Men, la serie basada en el mundo de la publicidad durante los años 60, Don Draper, el protagonista, profiere el siguiente monólogo:
“La tecnología es un lujo brillante. Pero también existen ocasiones poco frecuentes en las que el público queda absorto a un nivel mucho más allá de las luces, si hay algo del producto con lo que se tiene un vínculo emocional. (…) La idea más importante en publicidad es “NUEVO”. (…) Pero también puede haber un vínculo más profundo con el producto: la nostalgia. Es delicada pero potente. En griego, nostalgia significa ‘el dolor de una vieja herida’.”
Hoy, en el mundo más nuevo que existió jamás, la nostalgia llegó a un punto de saturación en el que hay personas que parecieran extrañar pasados que nunca vivieron. Por imitación o miedo de quedar afuera, gimen por esa herida que no tienen. El millenial tiene saudade (esa palabra intraducible del portugués) por su infancia sin pantallas; el centennial también. En este presente sin futuro, insomne, individualista, anestesiado, virtual, ese contenido se manifiesta como un síntoma. Quizás no es nostalgia, es hastío.
Pero, ¿qué pasa con los pasados cercanos y dolorosos? ¿qué pasa con ese mundo de las primeras pantallas sin algoritmos? ¿qué se hace con el recuerdo de los primeros 2000?
Sobre todo esto y mejor, escribió Mark Fischer. Pero antes de ir a leerlo, vayan a ver La computadora salvaje. Quizás, la obra de teatro de la cartelera porteña a la que mejor le quepa el mote de fischeriana (o “pescadora”, como se dice por ahí). Diego Vegezzi, su director, es quien encarna al capitán del equipo uruguayo de rugby en La sociedad de la nieve. Dato que no les servirá para nada pero no les disgustará tener.
¿Qué cuenta la obra? A pocos años del helicóptero de De La Rúa, en el conurbano bonaerense, funciona un depósito donde se ripean DVDs. El local, que está lleno de computadoras con múltiples compacteras, pantallas de tubos catódicos y estantes atiborrados de carpetas y porta CDs, solía ser un bazar atendido por un asiático llamado Luis. Las condiciones en las que se cometió su homicidio son, al día de hoy, un misterio, un pasado fantasmagórico.
Al presente de la obra lo habitan Ale (Milagros Fabrizio), Walter (Matías Russin), Claudio (Federico Sack) y Carla (Gala Halfon). Walter es quién dirige el negocio. Tiene un vínculo amoroso con Ale que nunca termina de consumarse. Lo que pasa es que Ale tiene pensado irse a vivir a Córdoba. Aparece muy precozmente, en ese pasado, esa necesidad de desconexión que se respira hoy.
Claudio es joven, tiene una banda, anda en moto y está cerca de Carla, con la que coquetea sin llegar a ninguna base. Formaban parte de una banda, ella se fue por un evento poco claro con un integrante (que puede despertar en la audiencia la evocación de 714 casos reales).
Además de los personajes vivos, hay muy presentes dos que no lo están: el mencionado Luis y, también, “el ruso”. La obra da inicio aludiendo a su funeral. Parece que se suicidó, pero tampoco queda muy claro.
El lenguaje en el que se despliega La computadora salvaje es más del cine que del teatro. Y más que del cine, del cine de género de los ochentas. La obra es una de terror, una comedia romántica, una de ciencia ficción, un policial, un musical.
Comienza con un crimen y una maldición. La obra se va deshilvanando hacia ese pasado fantasmagórico. Aparece el punk, la disputa por el futuro que ya se sabe que se perdió, aparece el motivo del doble, la puesta en el abismo. Sin embargo, nunca se siente pretenciosa o hermética. Es medio David Lynch, sí, pero como si el director hubiera tenido un amigo que le diga “¿por qué no la hacés más fácil?”.
A diferencia de otras obras que construyen la nostalgia usando los lenguajes del pasado; la obra de Vegezzi cuenta ese pasado usando herramientas escénicas que también aparecen en obras de Chamé Buendía, de Tato Flores Cárdenas o Tenconi Blanco (¿qué tendrá el teatro contemporáneo y los apellidos compuestos?). Climas sonoros lanzados por el director ahí en escena, el elenco performando música en vivo, fragmentación, intertextualidad, proyección audiovisual filmada en vivo, desdoblamiento de personajes, mezcla de lenguajes o técnicas expresivas.
Quizás alguien se pregunte: ¿y en todo ese estímulo queda algún huequito para que el elenco se luzca? Y la respuesta es sí, como si fuera una y otra vez el monólogo final de Blade Runner. La obra da mucho lugar a lo sensible. A pesar de toda la parafernalia, y es muy importante, La computadora salvaje no se olvida nunca de que es teatro. Un teatro cinematográfico. Pero teatro al fin.
Ficha:
Actúan: Milagros Fabrizio, Gala Halfon, Matias Russin, Federico Sack, Pablo Sakihara
Dirige: Diego Vegezzi
Género: Teatro Contemporáneo
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