Janequeo

Janequeo

Ficha

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  • Prensa:

    Antonela Santecchia

 

Descolonial a los gritos

El teatro está desnudo. Las bambalinas abiertas dejan ver, a un costado del fondo, amontonada, la escenografía de otra obra. A otro costado, el camarín, también a la vista. No se terminó todavía de acomodar toda la platea y algo sucedió: Delfina Colombo empieza a declamar en un acento autóctono: ¿litoraleño? ¿cuyano? no importa.

¿Está calentando la voz? ¿está haciendo el típico comentario de “apaguen sus celular” pero no se entiende bien? no. Empezó la obra.

Janequeo es una catarata de teatro. Y este comienzo crudo, estruendoso, avasallante y singular es su piel que queda a la vista.

La ópera prima del actor y músico Juan Isola se autodefine como una farsa. Un teatro que se burla del teatro de la forma más irrespetuosa posible. En ese gesto es dónde se le nota el amor más profundo.

La obra está protagonizada por una heroína mapuche, «la Juana de Arco de la Araucanía».

El detonante de todo es cuando Janequeo (Delfina Colombo) le salva la vida a Tomasino (Emanuel D’Aloisio), el colonizador español de sus tierras. Federico (Facundo Livio Mejías), un lascivo y celoso abad decide, a partir de este incidente, pergeñar un plan para asesinar a la aborigen. Al estilo del Iago de Othello, Federico chantajea a Santiago (Eugenio Tourn) y Manuel (Gogó Maldino), dos soldados españoles, para llevar adelante su complot y salvar el alma del conquistador (o quedársela para él).

Esta obra en tres actos cuenta su ambicioso cuento dándole prioridad a dos o tres aspectos teatrales que brillan por lo singular, pero también por lo pulido:

 Por un lado está la autoconsciencia. La obra nunca se olvida de que es un juguete. De que el teatro es un ritual de ficción y de forma. En este lado se luce el vestuario. Los trajes con los que el elenco muestra el cuerpo de los aborígenes tienen miembros sexuales enormes e intercambiables. La desnudez de la sala, del escenario, se contrapone con la desnudez fingida y lúdica de sus personajes.

La obra está cargada de eroticidad. Es una de sus principales herramientas de atracción. Funciona quizás, como la eroticidad de las películas de Eisenstein y también como la eroticidad propia del ritual dionisíaco que es el teatro desde sus comienzos. Es una sexualidad teatral desprejuiciada, obscena, popular. Que es en chiste pero también es en serio.

La otra herramienta teatral que se puede percibir con facilidad de la lograda puesta es la voz y, más en particular, el grito. Curiosamente “El Grito” es el nombre del teatro. Seguramente una mera coincidencia.

Pero, ¿qué tan agradable puede ser exponerse a que cinco actores te griten en la cara durante una hora? extremadamente agradable.

La dramaturgia (también a cargo de Juan Isola) no es una fábula lineal y predecible. El texto juega con la intertextualidad, da a lugar a un diario, a poemas, a cartas y juega con las voces; Tourn y Maldino, por ejemplo, actúan de españoles, de aborígenes y, también, de actores. Cada personaje con su voz, con su acento, con su particularidad. El juego con la voz y el gesto es también parte de lo farsesco e hilarante.    

La efusividad y potencia de las voces le dan fuerza al texto, producen un estado de alerta que mantiene al espectador en vilo. Atraído. Pero que también es recompensado con silencios y con profundidad.

Es, por supuesto, siempre fascinante presenciar un acontecimiento en el que un ser humano se juega el físico. Pero sería fácil caer en el lugar común de confiarse en que con eso alcanza. Janequeo no hace eso. La obra se ocupa de que la intensidad no arrase con lo sensible. De que haya algo por lo que gritar.

Existe una palabra aymara “ch’ixi” que refiere a un color gris en apariencia homogéneo pero, en realidad, resultado de la unión o yuxtaposición de dos colores opuestos: blanco y negro. Esta palabra se usa para describir la coexistencia productiva entre la tradición colonial europea y la autóctona americana. Es enaltecer lo propio: descolonializar pero sin abandonar necesariamente herramientas y conocimientos válidos heredados de los colonizadores.

Si alguien, quizás, pudo haber tenido la pregunta de cómo se podía hacer un teatro “ch’ixi”, se le puede decir que el de Juan Isola, es la respuesta.

Ficha:

Dirige: Juan Isola

Actúan: Facundo Livio Mejias, Delfina Colombo, Emanuel D´aloisio, Gogo Maldino y Eugenio Tourn

Género: Farsa

Categorías: Reseñas

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