No quiero haber vivido en vano como la mayoría de la gente
Ana Frank fue una niña alemana, que vivió en la época de la Segunda Guerra Mundial y por su historia de vida, se transformó en un ícono de una época. A pesar de su corta edad (falleció a los 15 años), pensaba como un adulto y a la vez quería jugar, correr, andar en bicicleta, lo normal para cualquier niño, cosas que compartía con su hermana mayor Margot (Coti Simioni).
Sus padres eran Edith (Celina Rodriguez) y Otto (Daniel Goglino), los cuatro conformaban una familia judía que, como tantas otras, fue perseguida sin más motivo que sus creencias religiosas.
Ellos optaron por refugiarse para evitar ser asesinados, como tantos otros (sabemos que el holocausto causo millones de muertes) y durante ese tiempo, Ana recibió como regalo de cumpleaños un diario, donde comenzó a escribir como eran sus días, su vida dentro del escondite que los mantuvo a salvo.
Acompañando a la familia está la narradora (Magdalena Giorgio), que nos adentra un poco en el principio de la persecución hacia los judíos por parte de los nazis. Conforme avanza el relato, el espectador va siendo llevado a esa casa y escondite, donde se puede sentir el aroma del ciruelo, que lentamente se deshoja, al igual que la esperanza de esa familia.
Lo que mantiene con animo a las niñas en este mundo tan reducido, es simplemente estar juntas y su imaginación, sus juegos y el amor de la familia…un amor desesperado e incondicional.
La gran mayoría conoce la historia de Ana Frank, pero muy pocos saben de su familia, la intimidad, lo difícil que fueron sus últimos años. Una obra muy conmovedora que muestra una realidad muy difícil, pero que aún en el dolor el amor se mantuvo firme, siendo el sostén de miles de personas como Ana, luchando hasta el último segundo por sus sueños e ideales. De alguna manera quedaron suspendidos en el aire, para que otros los tomemos y sigamos manteniéndolos con vida.
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