El poder y sus mil rostros
En Muerte Accidental de un Anarquista, el dramaturgo italiano Darío Fo, esboza una sátira sobre los numerosos rostros del poder y sobre la indefensión y casi automática complacencia que generan las figuras de autoridad en aquellas personas que les rodean. Este texto, estrenado por primera vez en 1990, interpela a la audiencia con preguntas que aún resultan vigentes, sobre la verdadera identidad de quienes se enmascaran tras un cargo, y sobre lo dudosas que pueden resultar las versiones de los hechos cuando son promulgadas por las fuentes oficiales.
Una versión de esta obra teatral ha sido estrenada en Buenos Aires, en la sala principal de El Tinglado. Con la dirección de Leonardo Prestia, el montaje ofrecerá cada viernes por la noche una versión actualizada de esta propuesta escénica en la que el humor y la crítica se funden con esa destreza que Fo logra, como pocos, en sus textos.
Los actores Gerardo Baamonde, Valeria De Luque, Gustavo Ingilde, Adrián Molteni, Gastón Padován, Carlos Scrilatti interpretan a los personajes que dan vida a esta historia que se desarrolla en una comisaría de Milán en la que confluyen una serie de confusiones intencionales.
En la obra, un loco capaz de fingir cualquier rol profesional logra librarse de su detención y decide probarle al mundo que, también, es capaz de convertirse en juez. Entonces, se hace pasar por un directivo de la justicia romana que acude a la comisaría para conocer a fondo los detalles sobre un curioso caso ocurrido anteriormente: la caída «accidental» de un trabajador ferroviario tildado de anarquista por la ventana de la comisaría.
Con ese argumento, el montaje de 70 minutos irá tejiendo una comedia hilarante en la que ni la policía, la justicia, la iglesia o el periodismo quedarán libres ni de acusaciones ni de pleitesías.
El trabajo de iluminación estuvo a cargo de Mariano Alejo Bruno, mientras que el diseño del espacio y gráfico fueron labores de Iván Salvioli y Nahuel Lamoglia, respectivamente. Con un estilo limpio y sencillo, logran crear en el escenario la atmósfera correspondiente a una comisaría, con la ventana siempre abierta para recordar el dilema ético sobre el crimen en el que se enmarca toda la historia.
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