Las tres edades

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Pensamiento hecho teatro

Agustín Mendilaharzu y Walter Jakob llevan 13 años trabajando como tándem. Siempre conjugando dirección y dramaturgia sin especificar quién hace más qué. Agustín es, desde el 2002, miembro fundador de El Pampero Cine, quizás la productora con más prestigio de la escena cinematográfica actual; y Walter es teatrista hace una cantidad de años similar o mayor. Las tres edades, su cuarta colaboración, también une el mundo del teatro con el del cine.

La obra ofrece una lúcida reflexión sobre la figura del autor. Situada en tres momentos distintos: un grupo de cineastas independientes en una Buenos Aires más o menos actual; una cuadrilla de creadores de cintas cinematográficas en la París de comienzos del siglo XX y una célula de especialistas en una Mumbai del siglo XXII.

Pensamiento hecho teatro.

En escena Patricio Aramburu, Santiago Gobernori, Valeria Lois y Vanesa Maja forman un cuarteto de personajes que se instalan en cada época y en cada forma peculiar de hacer cine. Patricio empieza como el actor, Santiago como el guionista, Valeria como la directora y Vanesa como la productora. Cuando pasan al siguiente fragmento (pasada una parte importante de la obra) se puede distinguir que si bien el contexto y el grupo cambió, mantienen un detalle, gesto o guiño que produce una serie sutil y ambigua. Es decir, se podría decir que cada actor en sus tres personajes (uno en cada fragmento) ocupa un mismo rol. Valeria Lois es siempre la ambiciosa y líder,  Patricio Aramburu es siempre el sensible y voluntarioso, Vanesa Maja es pragmática y conciliadora. Por último, quién se vuelve más importante en Las Tres Edades es siempre quién está encarnado por Santiago Gobernori. Sus tres personajes son quienes ven más allá del canon y de la convención, y están un poco hartos de no hacer nada.

La idea de las tres edades, viene justamente del cine, de una película de Buster Keaton que indaga sobre el amor a través de los tiempos.

Entre fragmentos, un pequeño recuadro en la parte alta del escenario sirve de pantalla para un mapeo rectangular que cumple la misma función que los títulos en una película de Keaton, por ejemplo. Proyecta el lugar y el año. En estas transiciones breves suena una música instrumental y experimental compuesta por Abel Gilbert que enrarece ese viaje temporal,

Volviendo al argumento: el cuento en los tres fragmentos es quizás el mismo. Miembros de un espacio de creación cinematográfica (desde distintas técnicas y estructuras), se cuestionan por el valor del nombre de la persona que hizo, antes que de la cosa que hizo. A pesar de la reiteración la obra no es monótona. Los distintos ángulos y características del problema permiten una reflexión trabajada y exhaustiva más que repetitiva.

A su vez, para sostener esa reflexión, la obra se vale de lo técnico (vestuario, escenografía, iluminación) para mantener al espectador entusiasmado.

El vestuario es exquisito, transporta a cada época, singulariza y también habilita comportamientos y expresiones. En el primer fragmento, el contemporáneo elegante sport de estos cineastas porteños ancla a tierra unos personajes cercanos y cotidianos. Esto posibilita que cuando se produce el corrimiento hacia el pasado parisino brille su contraparte, el vestuario sepia, de apariencia histriónica. En el último fragmento, el futuro, es cuando las piezas de vestuario brillan más en inventiva y expresividad con un diseño que mezcla lo ecléctico, lo étnico y lo épico.

La escenografía y la iluminación permiten desnudar poco a poco a los personajes en su ecosistema. Primero es “la productora”, el detrás de cámara más detrás de cámara donde el cineasta es antes y después de sus películas. Luego, la cuadrilla en su taller y la célula en su laboratorio. Lo que prima de menos a más es la presencia hacia público, el artista siendo visto de forma cada vez más desvelada. Un personaje, por ejemplo, empieza la obra escondido en un armario, termina mirando al público fijo a los ojos.

Francis Bacon, el célebre pintor británico, cuenta que para figurar una crucifixión en el paño antes de ponerse a pintar, primero recurría al azar y a la mancha. Luego le dedicaba un largo tiempo a observar la mancha hasta que finalmente encontraba la crucifixión. Cuando esto sucedía, dice que solo le quedaba la parte más fácil: el oficio.

Lo mismo se puede decir del elenco que pone el cuerpo en Las Tres Edades. Su misión en escena es sostener: mediante tensión, forma y emoción ordenan ese mundo conceptual y caótico y lo transforman en teatro. Incluso son quienes manipulan la escenografía y hasta permiten que el público los vea con una escoba y palita juntando los pedacitos de atrezzo del primer fragmento, para dar lugar al segundo con el escenario limpio.

Este gesto, normal y habitual en una transición teatral, cobra una sensación cálida y cuenta algo dentro del marco de la lucha por la legitimidad de los autores en el mundo del cine. Pareciera aclarar con poco (una pala y una escoba), que en el teatro la confusión no es tanta porque queda más claro quiénes ponen el cuerpo.

 

Ficha:

Dirección y dramaturgia: Agustín Mendilaharzu y Walter Jakob

Intérpretes: Patricio Aramburu, Santiago Gobernori, Valeria Lois y Vanesa Maja

Categorías: Reseñas

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