La muchacha de los libros usados

La muchacha de los libros usados

Ficha

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La palabra y la voz

En el prólogo de Así habló Zaratustra se lee la siguiente polémica: “Quien conoce al lector no hace ya nada por el lector. Un siglo de lectores y hasta el espíritu olerá mal.” Esto, por supuesto, se puede leer en un libro. Schopenhauer en Parerga y Paralipómena dice “Leer en lugar de las obras originales de los filósofos, exposiciones de sus teorías (…) es como pretender que otro mastique la propia comida”. Luego, a continuación, pasa a exponer teorías de otros filósofos a mansalva. Mario Montalbetti en un poema ensayo dice: “El lenguaje falla cuando hablamos de las cosas pero es infalible cuando nos quejamos.” En un micro de Cualca, Charo López va a una librería a cambiar un libro que le regalaron y, Doregger, el librero, lo mira, grita y dice: “Está página está leída. Se nota que este libro está leído.”

Qué curiosa esa relación entre lo que a fuego y sangre se marca, la literatura, y lo que se traza en el aire, el teatro. Quién no ha ido alguna vez corriendo a conseguir escritas las palabras de una dramaturgia para que no se pierdan en el éter. Para que no se pierdan en la memoria.

El Mito fundante es una compañía teatral que desde hace unos años se propone poner en escena lo obsceno, lo que no se ve. Su primera experiencia fue un carnaval de vísceras y asco; su segunda un pozo de repeticiones, pesadillas e impotencia. En su tercera excursión, vuelven a acudir a Arístides Vargas, ese dramaturgo exiliado al que la realidad se le escabulle entre las palabras. Pero vuelven a cambiar la apuesta.

La muchacha de los libros usados es un texto que sólo cuenta con algunas pocas puestas en el país. Buscando, se puede rastrear una en Rosario, otra en Morón, y no más. Es un texto donde el autor vuelve a desplegar el patetismo militar, masculino, cipayo y rancio. Pero la compañía ya había ido para ese lado. Entonces, decidieron darle voz a ella.

Entre las imágenes poéticas y obtusas, Vargas esconde la historia de una niña que fue entregada por su padre a un coronel, para que se case con ella. En esta nueva puesta, Rocío Villegas se hace cargo de darle voz a la víctima, a su bizarra familia, a los hombres que la someten, a la narración, al comentario machista que juzga. Al teatro y a la literatura.

El unipersonal está ordenado por “libros”. Cada libro es un objeto precioso, una pequeña escultura, una instalación que le da valor al detalle en el paisaje escénico. Este mismo tratamiento del objeto-libro, se despliega hacia los demás rinconcitos del escenario. Con telas, muñecos, flores, whisky, máquina de escribir, valija y máscara. Siempre apostando por la poesía y lo onírico. Produciendo más sensación de realidad que la realidad misma. Ya en su tercera propuesta, es justo decir sobre el Mito Fundante, que esta sensibilidad material es su ancho de espadas.

Pero luego está la voz. No en vano “voz” es sinónimo de “palabra”, como la palabra escrita en los distintos libros. Rocío Villegas tiene que darle voz a la palabra. A la palabra poética, esquiva, dificilísima del autor. Pero también a la palabra de cada personaje, y cada personaje con cada voz y, también, cada voz con su cuerpo.

La actriz invita al público a no dejar a la niña sola para después, artera, encarnar a los machos desagradables que la tienen encerrada. Sumergiendo a cada persona en la sala en esas páginas. Hay un aire de claustrofobia que se beneficia en la soledad de la actriz. El mismo aire que hay cuando alguien lee o escribe.

La niña cada vez que subraya algún detalle de su desventura repite “anote”, como se le grita a un soldado que labra un acta en la mesa de un regimiento. Es decir, la historia está siendo leída y escrita al mismo tiempo. Tan paradójica como debe ser esa tensión entre teatro y literatura; o entre recordar y olvidar.

Como sucede en las mesas al borde de la ley de un regimiento, la muchacha de los libros usados puede leerse como condena, tanto como denuncia. En Argentina, aún hoy, el casamiento infantil es una realidad sin freno legal. Una vez más, la ficción asume el compromiso de poner sobre la mesa lo que no está en boca de nadie (y menos, en cuerpos). Quizás sólo en el juego, en la poesía o en la experiencia se pueda leer ese dolor, tan real.

Ficha:

Dramaturgia: Arístides Vargas

Adaptación: Agustín García

Intérpretes: Rocío Villegas

Vestuario: Carolina Jazmin Missart

Asistencia de dirección: Iara Kuschevatzky

Producción: El Mito Fundante, Sebastián Firpo

Dirección: Agustín García

Registro Visual: Kevin Leiva

Categorías: Reseñas

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