La máquina de la alegría
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Octavia
Relojería humorística
La televisión, en su carácter amplificador, no siempre hace justica a aquellos personajes que allí se exhiben. Eduardo Calvo, para muchos “el Heavy”, logró una nada desdeñable fama por sus personajes humorísticos en Video Match. Pero este talentoso actor, de intachable formación y créditos en prácticamente todos los rubros teatrales creativos, posee además un sentido del humor muy especial, de aquellos que se ejercitan con una ingeniería no siempre evidente al espectador. Por ello, su última puesta en escena, La máquina de la alegría, brillante comedia teatral para dos cómicos y piano, es la evidencia inequívoca de su trascendencia a la categoría de “famoso de la televisión”.
Bajo la atenta dirección de Alfredo Allende, coautor con Calvo de los textos, el Heavy reaparece en escena para delicia de sus fanáticos (claramente presentes en la platea) y encarna además una serie de personajes desternillantes, compuestos con finura humorística ingenieril. Lo acompaña en esta hazaña Fernando Migueles, un eximio pianista dotado además con talento para la comedia y también capaz de representar a su propia caterva de personajes ridículamente fabulosos. La trama es tan bizarra como efectiva, una aventura conjunta entre el Heavy y Tuco, el personaje de Migueles, para salvar a un amigo en común, sentenciado a muerte en los Estados Unidos. Las vueltas de la trama vuelvan la historia una plataforma potente de humor, una excusa que permite apreciar lo mejor de estos dos artistas.
Podría decirse que la puesta es escueta, pero sería obviar el trabajo que verdaderamente la compone. En apariencia, el escenario apenas precisa un piano, unos carteles que indican el espacio de cada cuadro, y ocasionales elementos de utilería. Lo que realmente transporta al espectador a cada lugar narrado es, en primera medida, los impecables disfraces de los actores, crédito para Alfiler de Gancho. La segunda dimensión es la evidente mano del director. Allende pauta los momentos de juego de cada uno de los actores, reconoce sus virtudes particulares y asigna los tiempos precisos para hacer estallar de risa la platea. Demás está decir que Calvo y Migueles no muestran dificultad alguna en generar la risotada, la tercera pata de esta maravillosa puesta en escena.
En última instancia, el título de la obra, La máquina de la alegría, es la perfecta metáfora de funcionamiento del espectáculo. El mismo crea un sistema, un código de humor entre platea y artistas que funciona cual reloj suizo. Sobre las gradas se siembra un clima cómico, un sembradero de carcajadas sobre chistes que, ante el ojo desatento, pasarían por poco inteligentes. Nada más lejos de la realidad: la aparente sencillez de esta comedia esta cimentada por capas y capas de trabajo. El resultado de dicho esfuerzo es ese entorno que potencia cada gesto, cada chiste, cada detalle, y lo vuelve una carcajada que se sostiene por los sesenta minutos del show.
Si queda en algún lector el prejuicio sobre Eduardo Calvo y sus brillantes personajes, nada mejor que dejarlos en la puerta de la sala y dejarse llevar por la tentada constante de este excelente espectáculo. Con tintes de Les Luthiers, Capusotto, los Monty Python, pero innegable estilo propio y único, La máquina de la alegría merece todos los aplausos que recibe con el saludo de sus protagonistas.
Ficha:
Intérpretes: Eduardo Calvo, Fernando Migueles
Director: Alfredo Allende
Género: Comedia
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