En la profundidad de los sueños

En la profundidad de los sueños

Las cabezas cubiertas

Son pocas las obras que producen en el espectador la epifanía: “Ah, para esto es que estaba el teatro”. Kartun a esa experiencia la llama “territorio de nuevas convenciones”. A veces son viejas pero en desuso. A veces es agarrar la convención y darla un poco vuelta. Escaparse del bulto.

El surrealismo tuvo incontadas exploraciones expresivas siendo la pintura su exponente más recordado. No es alocado, aún así, sentenciar que la manifestación de lo onírico tiene más fértil es la narrativa. Aunque es fácil caer, a menudo, en algunas trampas que alejan contar un cuento de los principios surrealistas.

Uno que sabía muy bien cómo escapar de esas trampas era Magritte. Hay dos frases suyas que sirven para entender su gran aporte. La primera, “una idea no puede verse con los ojos”; la segunda, “se trata de objetos y no de símbolos”.

En la profundidad de los sueños es al teatro lo que Magritte a la pintura. Una obra que se vale del surrealismo para trastocar las maniatadas convenciones circundantes. La adaptación que propone la compañía El Mito Fundante del clásico de Arístides Vargas sumerge al espectador en una experiencia teatral de cuerpos y objetos que hablan y lo más importante a considerar es: entenderlos es lo de menos.

Partiendo de Danzon Park, la obra dirigida por Agustín García presenta a Arcos y Leda en un terreno nebuloso de duermevela. Arcos es un héroe retirado (o de vacaciones). Leda es lo único que le queda, el amor. Pero Arcos “ha perdido contundencia”. Algo de la guerra sigue en él, persiguiéndolo, automatizándolo. Arcos busca el reparo del amor en sus sueños. La respuesta a todo lo que le duele es dormir. Tanto Arcos se mete en sueños dentro de sueños, que aparecerá, primero, la “tía” que lo guiará por su propia consciencia y, luego, también, un extraño joven encapuchado.

No está de más aclarar, que cualquier intento de sinopsis para En la profundidad de los sueños es un improperio, una injusticia.

A Arístides Vargas se lo redescubre en su país luego de su exilio. Su dramaturgia es tan exiliada como él. Los lugares no se delimitan, ni producen arraigo alguno. La obra dice: “la pista no tiene techo” y parece que lo que no tiene es piso. También dice: “las estrellas caen llevándose toda la luz”. Entender y sintetizar sería echarle un ventilador a la bruma, prenderle una lámpara a esa penumbra, hacer zonza esa intemperie.

La operación narrativa que aparece, entonces, es la ruptura, la discontinuidad. La paranoia de Arcos es fragmentaria sin dejar de ser orgánica, potente y vital. Sobre el escenario, la actuación más que acumular, abisma. Hunde, a quién ve, en un pozo de sueños y realidades, acercándolo de a poco a un núcleo.

Lo que también aparece superpuesto como en una fotografía es el tema del héroe y el traidor (idea más que nunca vigente en nuestra coyuntura) y, asociado a esto, la masculinidad (y su toxicidad)

Los cuerpos en escena traman un crisol de lenguajes: Arcos (Daniel Cukierblat) es épico sin ser una estatua; es patético y violento; es quién se encarga de acarrear lo fragmentario hasta el detalle más mínimo y cumple con la imposible tarea de no dejar nunca de estar perturbado. Leda (Brenda Galindo) es etérea, suave, blanda. Baila como un pensamiento intrusivo o como un fantasma. La “tía” (Rocío Villegas), propone el más fino y ambivalente costumbrismo. Es un demonio bestial disfrazado de hada madrina. Es el deseo y el deber, el miedo y el alivio. Porque, en esta obra, son lo mismo.  Por último, el joven encapuchado (Agustín García) es un cuerpo-objeto que recita y se sacude al ritmo de esa canción enarmónica; ese pulso inevitable pero incómodo; esa disonancia escénica que se va desvelando a medida que se hunde Arcos en su propia pesadilla.

En la profundidad de los sueños es el segundo espectáculo de la compañía teatral El Mito Fundante. Un grupo que cree “en la prepotencia del trabajo” citando a la bandera estético-política que esbozó Arlt en el prólogo del Los Lanzallamas. También de ahí se puede pensar “la contundencia” como ese “cross a la mandíbula”.

Cuando la realidad es la que cruza el puño cerrado, el teatro y su poesía necesitan otras armas: la experiencia que propone la compañía es hundirse en la dirección opuesta. No como una escapatoria, sino como la forma de ver la verdad que no quieren que se encuentre con los ojos.

Ficha:

Actúan: Daniel Cukierblat, Brenda Galindo, Agustín García, Rocío Villegas

Dirige: Agustín García

Género: Drama

Categorías: Reseñas

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