Edipo en Ezeiza

Edipo en Ezeiza

Ficha

  • Datos de funciones:

    Información sobre las funciones, en la cartelera

  • Prensa:

    Daniel Franco

 

Metáforas de una identidad

“Edipo en Ezeiza” surgió, según palabras de su autor y director (Pompeyo Audivert), de una improvisación realizada por un grupo de estudiantes, en uno de los talleres que realizó hace varios años. La propuesta era la siguiente: una madre es interrogada por su esposo y su hijo, luego de volver de hacer las compras en el supermercado; sentada en una silla, atada y encapuchada, es hostigada por ambos en busca de una respuesta. A partir de esta secuencia, con la idea en la cabeza de los tres actores, con los que trabajaría, escribió un boceto de obra que con el tiempo – proceso de ensayo de por medio- tomaría forma y consistencia.

¿Por qué Ezeiza? ¿Por qué Edipo? En el año 1973, Perón retorna a la Argentina, tras largos años de proscripción del peronismo. Sería recibido al bajar del avión en el aeropuerto de Ezeiza, por diversas agrupaciones con orientaciones de izquierda, centro y derecha. Esta forzada unidad hará eclosión provocando lo que se denominaría la Masacre de Ezeiza, en la cual hubo más de trecientos heridos y trece muertos.

La disputa central era: ¿cuál de estas agrupaciones tomaría el lugar de hijo prodigo, ante el padre de la patria, que retornaba? ¿Quién era este Perón que volvía? ¿Cuán lejos estaba de lo que, a la distancia, prometía ser? ¿Qué lugar seguía ocupando la figura de la Evita revolucionaria, que tanto distaba, de la nueva esposa del general?

El triángulo edípico padre-madre-hijo (visto desde un orden social y no solo familiar) es tomado de la tragedia de Sófocles con el fin de complejizar esta trama que pretende, en el fondo, no personalizar sino hurgar: en la construcción del ser nacional, de la identidad y de la subjetividad que la enmascara.

En la obra, la dinámica de la familia se altera cuando otro ocupa el lugar del interrogado. El juego de roles – al que sumarán a una hija- desestructurará lo establecido provocando la incertidumbre, la desconfianza y los miedos más profundos. La dirección y dramaturgia, forman parte de un mismo proceso creativo, el cual Pompeyo Audivert asume con gran solvencia y resolución: con imágenes impactantes, con una increíble fuerza en el relato y una poética marcada a fuego sobre el escenario. Las representaciones de las representaciones sobre la escena, donde se actúa que se actúa y, a su vez, se cuestiona el hecho y la forma de hacerlo, abren al espectador un plano infinito que lo moviliza y lo mantiene atento. Las interpretaciones de Julieta Carrera, Hugo Cardozo y Francisco Bertín, son contundentes y de una gran organicidad; logando ajustarse, por otro lado, a las formas que requiere la estética de la narrativa escénica. La escenografía reconstruye una habitación con claras señales de abandono: unas sillas, una mesa de madera desprolija, una bandera argentina agujereada, una máquina de escribir antigua, unos libros apilados en el piso, una alfombra desgastada y unas cortinas que se abren a otros espacios de la casa. El diseño de luces acompaña a la puesta; generando climas, situaciones, momentos irruptivos. El vestuario contextualiza y demarca una época con mucha precisión.

Ésta es una propuesta que no solo interpela al espectador; lo inquieta, le despierta fuerte imágenes que perdurarán su retina y lo obligará a pensar y repensarse como parte de una historia que difícilmente – como en toda tragedia- escape a su destino trágico.

 

 

Ficha:

Intérpretes:  Julieta Carrera, Hugo Cardozo, Francisco Bertín.

Dirección: Pompeyo Audivert

Categorías: Reseñas

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