Casa Linguee

Casa Linguee

Un día laboral

Entrás a la sala y ya hay algunos actores en escena. La atmósfera que se percibe en Casa Linguee es  de tedio, ese cansancio propio de la rutina y del encierro, el hartazgo de verle la cara siempre a la misma gente, de hacer las mismas cosas. Lo conocemos todos, alguna vez nos pasó, quizás hasta la misma mañana del día que fuimos al teatro.

Además de los actores, vemos un espacio dispuesto como una especie de oficina con aire a depósito o a sótano, hay armarios, carpetas, una mesa, una silla, un banco, atrás lo que sería un área de refrigerios y en esa pared, allá al fondo, un póster pequeño con el rostro de Santiago Maldonado.

Esa atmósfera opresiva se vuelve cada vez más lúgubre con el andar cansino de cada empleado que llega y queda mucho más en evidencia con la llegada del “nuevo”. Un pibe que viene recomendado por alguien para hacer un reemplazo. Que viene con otro ritmo, con otras ganas, con una sonrisa que va chocando contra la burocracia, la indiferencia de todos, la curiosidad de algunos, la obligación de comprarle cremas a la que anda con el catálogo, los beneficios de afiliarse al sindicato y hasta un baño tapado cuyo desperfecto se le adjudica a él.

Las acciones y diálogos por momentos se superponen todas con todas, en un desorden tan natural como inquietante. Algo muy interesante de la puesta, que juega todo el tiempo con esta simultaneidad de situaciones y diálogos que sostiene la atención del espectador, generando una curiosidad incómoda por querer meternos en cada uno de esos conflictos. Y el empleado nuevo es como uno más de nosotros.

Cuando finalmente se disponen a trabajar, se despojan todos de sus ropas de calle y se enfundan en el uniforme de Casa Linguee. El nuevo sigue sin saber qué tiene que hacer. Finalmente descubrimos que hay un muerto en otra habitación y que Casa Linguee se distingue por brindar un gran servicio para acompañar a las familias. El nuevo sigue preguntando si lleva una bandeja o qué. Los demás forman filas. El nuevo sigue preguntando y ante sus preguntas, la monotonía de todos deviene en tristeza y en una verborragia colectiva y coral que sigue sin responderle nada. El nuevo sigue preguntando y todos salen a cumplir con su servicio. Queda solo, con Santiago Maldonado de fondo.

En esta función pasó algo singular con el final, pero como quizá es algo que se repite en cada función, vamos a dejar que cada uno lo descubra. Alguien nos liberó de ese estado en el que nos había dejado Casa Linguee. ¿El muerto será la convención?, pensé, y me fui muy contenta a casa. Gracias Casa Linguee por su impecable servicio.

Categorías: Reseñas

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