Un mar de luto

Un mar de luto

Ficha

  • Datos de funciones:

    En cartelera

  • Prensa:

    Paula Simkin

 

Deseos estancados.

El espectáculo se presenta como una versión de un clásico lorquiano, La casa de Bernarda Alba, un drama costumbrista de la España del siglo XX que despliega los mecanismos represivos hacia el género femenino, en el marco de la tragedia familiar, dónde Bernarda atraviesa su segundo luto y decide ubicar a toda la casa y a quienes la integran a ese estado duelo por 8 años. Esta decisión agita a sus cinco hijas, de la más grande a la más chica son, Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela; además convive  con su madre y con dos mujeres del personal doméstico, de las cuales Poncia es la criada más antigua y con agallas para enfrentar las decisiones de Bernarda.

Si bien la dramaturgia de Un mar de luto es casi idéntica al texto de Federico García Lorca, se observa una reinterpretación en la propuesta escénica de su dramaturgo y también director general Alfredo Martín, que permite reflexionar acerca de los mandatos de género contemporáneos. La invitación a sumergirse en esta profundidad cuenta con dos ejes preponderantes, una puesta en escena que poetiza un tiempo cíclico y agobiante, y un elenco integrado por actores masculinos y una música en vivo.

Primeramente, la escenografía de Ariel Vaccaro está conformada por estructuras semicirculares de color blanco, cumpliendo varias funciones técnicas y simbólicas en relación a las acciones de los personajes y al devenir de la tragedia. Por un lado, hacen de asientos que dividen el espacio representado del interior de la casa de la familia en áreas dónde suceden los enfrentamientos, los cuales son efecto de los sucesos por fuera de la casa. Por otro lado, a pesar de las ondulaciones que se dibujan en el espacio, la puesta se mantiene fija, como un mar en reposo que progresivamente hace transitar entre sus olas al rencor que ahoga los corazones de las hijas de Bernarda. Lo binario se asoma en la dimensión plástica, pues se plantea una oposición entre el blanco de la escenografía y el negro de los vestuarios. A Bernarda le preocupa la pureza de sus hijas pero cuanto menos pura es una de ellas, más por las sombras se escabulle y, la atmósfera de la casa se oscurece con el apoyo del diseño de luces. En relación a la simbología lorquiana, los elementos de la naturaleza hacen referencia al deseo sexual, sin embargo, en este pueblo no hay ríos del cual beber, así paralelamente, la casa se vuelve un pozo estancado de deseos.

En ese espacio agobiante de un tiempo radial, la salida al exterior se halla en oposición diagonal a una puerta con vidrio en el fondo de la escena, de la cual aparecen las sombras de un pasado que constantemente atormenta al presente, pues esa puerta conduce a la habitación de la madre de Bernarda, la abuela Josefa que se escapa por las noches y aclama pensamientos de amor y libertad que, sus nietas ocultan entre murmullos. El exterior no es sitio seguro para la mujer que, como un caballo se atreva a romper la tranquera de las represiones morales y de rienda suelta a sus intereses. De manera que la puesta en escena traza caminos sinuosos, una especie de laberinto del cual solo quedan dos salidas, la locura o la muerte.

Luego, quienes nadan en este mar son actores masculinos que les ponen el cuerpo a personajes femeninos. ¿Qué define lo masculino? ¿y lo femenino? la intención de transgredir una convención teatral se observa en este cambio de orden de unidades, la interpretación no se vuelve amanerada ni exagerada, sino todo lo contrario, es neutral, justa, mítica, sobresaliendo por detalles de carácter que definen a los personajes pero no los identifica en una identidad de género. Se sabe que son mujeres porque el texto dramático no modifica los pronombres entonces siguen siendo “ellas”.

Se puede observar como en el campo teatral también se esconden construcciones socio-culturales que definen los géneros de los personajes y sus características, adecuadas a un orden  socio-histórico que tienen a la masculinidad como paradigma.

La actuación de Marcelo Bucossi combina una delicada dureza para encarnar a Bernarda, quien representa al poder y ejerce represión a sus hijas, impartiendo conductas religiosas y morales en función de ese orden social. Es el personaje que en primera instancia causa menos shock porque el mismo se asocia a la construcción de lo masculino.

Cada una de las hijas es interpretada desde el gesto mínimo, corporalidad contenida, con rostros como paisajes desolados. La sutileza en la acción corporal se observa hasta en los momentos de violencia física. También, Julia Mizes completa el elenco, ubicada al fondo de la escena, genera atmósferas sonoras que custodian el desarrollo de la intriga.

Siguiendo los lineamientos  de la teoría feminista que plantea Judith Butler y a la cual se hace referencia en el programa de mano, es pertinente señalar que uno de los argumentos por los que es reconocida la autora se centra en que el género no es igual a la identidad, pues aquel es una mera construcción social. Justamente la hetero-norma que circunscribe a los géneros es a la que apunta el acto performativo de esta obra de teatro, puesto que los actores no se travisten, no exageran ni emulan, sino que habitan una corporalidad profunda desde dónde se desmarca la falsa idea de un sujeto masculino y un sujeto femenino.

Entre la oscuridad sopla un canto coral expresando pena y dolor, así abre la representación de Un mar de luto, en una ceremonia fúnebre que proyecta el inicio del final de mandatos de género mediante masculinidades que se repiensan, ¿desde cuáles mandatos de género se produce el teatro como otras prácticas culturales?,  ¿y desde cuáles se mira al teatro?

 

Ficha

Intérpretes: Marcelo Bucossi, Luis Cardozo, Osqui Ferrero, Daniel Goglino, Ariel Haal, Juani Pascua, Gustavo Reverdito, Marcelo Rodriguez, Francisco Tortorelli, Miguel Angel Villlar, Juan Zenko y Julia Mizes

Dirección: Alfredo Martín

Género: drama trágico

Categorías: Reseñas

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