Degenerados
El grotesco surge del sur de Italia. A ese teatro deforme y gracioso que se hacía en esos lares se lo asociaba con el comportamiento de la gente incivilizada, los que venían de las grutas. Por eso el adjetivo.
Luego de un gran derrotero que lo fue desarrollando y mutando, al grotesco se lo puede reconocer por dos movimientos que se podrían catalogar como opuestos. Los dos asociados por la risa. El primero y más conocido de todos es el tragicómico. Una realidad, tan insoportable, que se vuelve graciosa. Los alemanes a eso lo llaman schadenfreude. Reírse de la desgracia ajena. La reacción es instintiva. Casi inevitable.
El otro movimiento, que se propagó sobre todo, posterior a la Segunda Guerra Mundial (y las atrocidades sucedidas durante ese período de tiempo), es la risa siniestra. Reírse de algo (sin culpa) y, luego, darse cuenta, con horror, qué hay detrás de ese personaje y de sus travesuras.
Hay una vieja película italiana que realiza de forma muy marcada estos dos movimientos. Se llama “Un burgués pequeño, pequeño”. Casi no hace falta aclarar que, en el grotesco, el público se suele reír de la desgracia del pobre (el primer movimiento) y horrorizarse con las atrocidades que cometen los burgueses (segundo movimiento). En curiosos casos, los movimientos se mezclan.
Este es el caso de Maté un tipo, la obra escrita por Daniel Dalmaroni que lleva más de 250 versiones desde 2007 y picotea un poco con el grotesco, un poco con el absurdo, un poco con la comedia negra y se hace cargo de ser una mezcla degenerada.
Trata sobre una familia de tres. Ernesto, Marta y, su hija, Julieta. Todo se desencadena cuando Ernesto cuenta, no sin turbación, que mató a una persona, luego de que se le haya colado en un cajero automático. Rápidamente la familia se vuelve cómplice cuando todos participan en eliminar la evidencia. En un devenir más que lógico, Ernesto mata a una tipa, la familia acompaña en el encubrimiento y así sucesivamente.
Manteniendo un ritmo de sketch, la obra es hilarante, explosiva y gráfica. La versión de Verlicht propone develar algo de lo siniestro a través de las transiciones entre escenas. Donde al grotesco luminoso se le opone un artificio becketiano, un hombre de máscara, un desnudarse en la oscuridad.
Es bastante comprensible la proliferación del texto de Dalmaroni: es accesible a variados públicos, es atractivo para jugar con la puesta, tiene escenas para que los actores destaquen y esta versión no es la excepción. Destacan las descripciones que hace Ernesto de sus crímenes. Son monstruosas, gráficas, vívidas y hasta pueden provocar por momentos horrorosos sentimientos de empatía. También se disfruta cuando el absurdo se juega con desparpajo y en grandes cantidades. Como cuando Ernesto se queja del pollo.
Lo que emerge como una incógnita es si algunos detalles del texto resisten el paso del tiempo y no merecen ser repensados para que choquen distinto con los tiempos que corren.
Se puede considerar una clave de interpretación de la obra ese fuera de campo que construye Marta cuando cuenta sobre su pareja de amigos que no paran de cambiar de género y, a pesar de todo, permanecen juntos. (La pareja mezcla géneros, a la par con la obra misma) Quizás hoy resulte un poco menos obscena y absurda esa anécdota.
Por último, el final resulta un poco moralizante, resumiendo toda la experiencia a una fábula algo inocua.
Donde florece Maté a un tipo es en la sorpresa y, de esas, por suerte, guarda muchas.
Ficha:
Actúan: Daniel Cukierblat, Lucas Ivan Romero, Elvira Tanferna, Romi Vivero
Dirige: Ellen Verlicht
Género: Comedia Negra.
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