El petiso orejudo

Ficha
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Datos de funciones:
Bajo
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Prensa:
Prensa: La domenica
Cayetano… ningún Santo
Vale la pena entusiasmarse cuando presenciamos una buena obra de teatro. Y cuando nos referimos a “buena obra de teatro” no nos referimos a ninguna especie de “locura”, “genialidad”, “goce amiguístico”, “mafia becaria”, “prostitución sponsoril” o delirio teatral basado en las propias experiencias narcisistas del autor y/o actor de turno a presenciar. El petiso orejudo es una gran obra de teatro –aún en su pequeñez- por poseer algo simple, coherente, poco rebuscado: un tema, buenos –y pocos- actores y una historia que no narra por narrar sino para decir algo, para provocar algo.
El texto –de Julio Ordano- y la dirección – de Adrián Cardoso – narran la historia de Cayetano Santos Godino –el petiso orejudo- desde la investigación y la reflexión. Por un lado, no se banaliza al estilo mediático todo el terror y la perversión de una historia que refleja un tema tan delicado como es el del asesinato de niños, ni tampoco se pierde de vista la brutalidad del asunto. Por otro lado, y en estrecha relación con el pánico que un personaje así provoca, es de gran valor la profunda y compleja realidad que reconstruye la obra, en el plano psíquico/social y en la contextualización de la época – la Argetina de principios del siglo xx-. Entonces, las actuaciones brillan por ese doble plano que ya viene dado en el texto y se palpa en la dirección. El papel de Pablo Juan encarnando al orejudo y sexual Santos Godino es demoledor y no solamente convoca a pensar sino que emociona hasta el llanto sin necesidad de facilismo o superficiales tilinguerías técnicas. Pero ese gran papel se apoya en dos actores – Enrique Cabaud y Basia Fiedorowicz- que aportan vitalidad en diversos personajes que aun siendo secundarios refuerzan el carácter reflexivo de la obra. La escenografía y el vestuario operan de este mismo modo, en manos de Magdalena de la torre y Pablo Juan respectivamente.
El petiso orejudo podría haber sido una obra facilista y sensacionalista. Podría haber ahondado sin poesía alguna el mítico relato que todos escuchamos por abuelos, tíos, colegios, padres. Pero no: la obra profundiza un caso particular, el del “primer asesino serial” para luego abarcar otros temas. El hecho teatral se dirige hacia muchos otros conceptos que nos interpelan como sociedad. Enumeremos algunos: la perversión infantil, la brutalidad y soledad carcelaria, la violencia estatal, la locura y la alienación, el modo de producción capitalista. Vale decir que el abanico reflexivo que la obra abre es amplio y nos interpela. Son estas piezas de arte las que nos sirven para algo como sociedad. Son las narraciones de la violencia, el miedo, el pánico, el terror las que acentúan la incomodidad de preguntarnos: ¿qué sucede, cómo pensamos en nuestra sociedad con la pobreza, la locura, la perversión, la medicina? Y digo medicina por no decir clínica o psiquiatría más específicamente en estas tierras donde las pastillas para dormir o las drogas duras son el bálsamo de negación de muchos y la única esperanza de otros.
Terminemos con algunas imágenes curativas y kafkianas – hermosas y terroríficas– que la obra –de lo mejor de los últimos años- nos regala: Godino barre y barre obsesivamente durante años su celda en círculo dìa tras día; Godino escribe año tras año cartas al Estado acerca de su libertad condicional que nunca son respondidas; Godino recita luego de una sesión de electroshocks unas coplas que le recuerdan el olvido familiar, el hermanito muerto, el suave viento del mar; Godino se sumerge en la total calma indolora luego de ser abrazado por una violenta oscuridad.
Ficha:
Actúan: Pablo Juan; Enrique Cabaud y Basia Fiedorowicz
Escenografía y Maquillaje: Magdalena de la Torre.
Asistente: Florencia Montanucci
Producción general: La Domènica Producciones
Dirección: Adrián Cardoso
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