El infinito silencio
Ficha
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Datos de funciones:
Teatro ciego
Cuando lo esencial es invisible a los ojos
Pueblo del interior de la provincia. Una familia como cualquiera aunque un poco peculiar. Un padre escritor, que pasa sus días soñando estrenar su obra de teatro. Una esposa abnegada, hastiada del yugo y de la rutina, que a duras penas se las arregla para llevar adelante un hogar administrando milimétricamente los escasos recursos que ingresan. Una hija rebelde que no se resigna a esta vida de privaciones, y se las rebusca de manera non sancta para sobrevivir y salir del fango. Un hijo alérgico al trabajo, con reminiscencias de Isidoro Cañones, aunque sin poseer la herencia aristocrática (y económica) de aquel. Y una tercera descendiente, la más sensata, la “razón” de la casa, con cierto complejo de Electra que se refleja en ser la única heredera del sentir bohemio y literato de su padre. Ella es la encargada de relatarnos esta historia anacrónica, que partiendo del presente en flashback se remonta a un instante de la vida de esta familia, cuando todo comenzó a precipitarse. Ah, y por supuesto, me olvidaba de “Coquito”, el perro que con su efusividad (según la madre “está alzado”), habita y recorre cada uno de los rincones de esta residencia en franca decadencia, compartiendo las alegrías, las peleas y las penas de sus compañeros humanos.
De esto se trata “El infinito silencio”, aunque nos falta aclarar un detalle, el más importante: todo es vivido en la más profunda oscuridad. Se trata de teatro ciego, experiencia fantástica y maravillosa que todos deberían experimentar alguna vez. ¿En qué consiste? Siguiendo las indicaciones de un par de actores que ofician de guías, el público –en pequeños grupos- es conducido a un espacio reinado por la penumbra. Todo negro, negro, negro. El cuerpo se estremece al sentir tanta negrura que se le viene encima, pero –como ya nos habían anticipado antes del ingreso- de a poco uno se va acostumbrando a este nuevo mundo privado de la vista, sentido que gobierna nuestra cotidianeidad y que precisamente por su supremacía, muchas veces neutraliza a los demás y nos impide descubrir otro tipo de sensaciones, que ahora estamos a punto de descubrir. Los sonidos y las voces humanas pronto empiezan a cobrar otro magnitud, se amplifican y a su vez los distintos tonos y matices actorales cobran mayor intensidad. Las distancias y lejanías de las voces y de los cuerpos, que atraviesan el espacio con total naturalidad y dinamismo, se perciben más reales, más genuinos. Los olores (el café, la comida, el jabón, etc.) nos transportan en una velocidad luz a esos espacios tan cercanos y familiares. De pronto entramos en contacto con unas gotas de agua que nos sorprende y nos divierte, y nos sentimos parte de la historia; como si el hecho de compartir esa sensación física ya nos involucrara más con esos personajes que habitan nuestro mismo espacio. No quiero develar muchos recursos con los que uno se topa durante la obra; me parece injusto privar al espectador de la sorpresa y el permanente descubrir en este viaje con la imaginación infinita, tan hábilmente estimulada por sus creadores: Gerardo Bentatti y Charlie Gerbaldo, y llevado adelante por un grupo de talentosísimos actores y actrices integrado por: el propio Bentatti, Ëlida Ullúa, Dalila Ferreyra, Luisa Savoiardo, Sabrina Heisecke, Luciana Brusca, Darío Tripicchio y Frnacisco Ferraro. Cabe destacar la perfecta sincronicidad y coordinación con la que se desarrolla el espectáculo y que precisamente posibilita la optimización de los efectos y recursos sensoriales.
Visibilizando lo no visible. En fin, “El infinito silencio” es mucho más que una obra de teatro, que una comedia dramática. Es realmente una experiencia única que nos permite conectarnos –a través del relato- con distintas zonas de nuestro ser que habitualmente están adormecidas, o poco activas, debido a la inutilización que hacemos de ellas. Al conectarnos con ellas nos sentimos como niños que descubren todo por primera vez. Será por ello que la risa aflora en más de una ocasión, al sentirnos entusiasmados frente a cada cosa que se nos devela en este mundo a ciegas. Entonces viene a la mente aquello que decía el principito, que “lo esencial es invisible a los ojos”, y sabemos con toda nuestra existencia que verdaderamente es así.
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