Cuando lo inesperado se hace inevitable
Una pareja de jóvenes músicos a los que la vida no los ha tocado con la varita mágica viven en un diminuto mono ambiente que comparten con “Gato”, el singular apodo que tiene su perro. Sus sueños artísticos hasta ahora no se han realizado y distan mucho de llegar a concretarse. Solo se tienen los dos, con sus anhelos y frustraciones. Los días no son muy activos y pareciera que el desgano y la apatía fuera ganando cada vez más espacio en su de por sí diminuto mundo. Y así transcurre el tiempo, monótono y cansino. El contacto con el exterior no pareciera ser asiduo, a excepción de la rutina de Rita, que sale todos los días a pasear a Gato y a procurar café para ambos. Así es como en una de esas salidas fortuitamente se cruza con Milton, un vecino octogenario, viudo y solitario con quien establecerá una relación que los modificará para siempre. Poco a poco la joven y el anciano iniciarán un lazo amistoso tan fuerte y cercano como inevitable. Él, que estaba encerrado en su mundo plagado de recuerdos, de compañías ahora ausentes, de historias tapadas por el polvo de los años, hostigado por el correr acelerado del tiempo que se manifiesta violentamente en la decrepitud física… encontrará en ella una bocanada de aire fresco que le devolverá la esperanza ante la vida que se le escurre lentamente entre las manos. Ella, que vivía perdida en una marea de decisiones que no la han llevado a ningún lado ni artística ni personalmente, que aún no ha aprendido a valorar sus aptitudes y talentos artísticos, que se encontraba paralizada y desencontrada junto a su novio/socio que tampoco ha sabido acompañarla en esta búsqueda… encontrará en él una mirada tierna y afectuosa, la sabiduría que le dará la seguridad necesaria para salir adelante, una palabra de aliento que le dará confianza y un guía motivacional para que no deje de pelear por sus sueños. A él le queda poco en este mundo, y lo sabe, por eso busca en ella quizás a alguien en quien pueda confiar su legado. Ella tiene todo por delante, pero no sabe cómo encarar su destino, cómo hacerse cargo de sus deseos y proyectarlos en un futuro; y él le genera un terreno propicio como para empezar a poder concretarlos. Una relación de intercambio, que al principio no es desinteresada, pero que con el correr del tiempo se transformará en lo más real de sus vidas. Este encuentro inesperado marcará un comienzo y un final en este triángulo vincular donde cada lado se verá modificado por los otros, cambiándoles el rumbo inexorablemente.
De esto se trata “Algo perfecto”, escrito y dirigido por Lisandro Penelas basado en un relato de la escritora neoyorquina Lorrie Moore. En la puesta de Penelas habitan armónicamente dos espacios integrados: el mono ambiente (sintetizado en la cama/colchón de la pareja), y el departamento del anciano (sintetizado en una mesa con sillas y un pequeño exhibidor/biblioteca/”pajarera” donde guarda los libros que junta). Ambos espacios –como la acción- conviven simultáneamente. Y la calle –el afuera- circula alrededor de ellos y los envuelve, como metáfora de lo que sucede con sus vidas. Excelentes actuaciones de los tres protagonistas de esta historia: Ignacio Gracia (el joven), Magdalena Grondona (la chica) y Alfredo Martín (el anciano), destacándose estos dos últimos en sus composiciones, y que son los que llevan adelante la historia, cargándola de ternura, angustia y emoción. Una cuarta pata de esta obra es la música, que está presente y que la atraviesa, a cargo de Alejandro Marino. Las luces de Soledad Ianni posibilitan los diferentes matices dramáticos por los que transcurre la acción.
“Algo perfecto” es el primer capítulo del ciclo “Mentir para decir la verdad”. En una sociedad donde los viejos son muchas veces olvidados, silenciados y recluídos a la distancia, esta historia se mete en la vida de uno de ellos, espía por la cerradura y saca a la luz las vivencias de un ser como tantos otros, confinado a vivir sus últimos momentos perdido en la nostalgia de sus recuerdos más preciados, lejos de todo contacto humano. Y a su vez, nos muestra también la otra arista, la de una joven cuyos días eternos e infinitos no le permiten encontrar su rumbo, desconociendo que su brújula está dentro suyo y que sus sueños solo se pueden concretar si uno los busca y pelea por ellos. Los dos en extremos opuestos de la vida, los dos se necesitan sin saberlo. Cada uno tiene algo que el otro necesita y el encuentro desencadena esta relación de reciprocidad que los alimentará de esperanzas y que les dará motivos para seguir viviendo. Una vez más, el teatro como espejo de la vida. Para emocionarse, para reflexionar, y para darnos cuenta de lo enriquecedor y sano que sería para todos una sociedad donde hubiera un real intercambio y una real convivencia intergeneracional, donde se aceptaran, respetaran y valoraran las diferencias –y también las coincidencias- entre las distintas franjas etarias. Como en otras culturas donde la ancianidad no es vista como algo descartable, si no como fuente de experiencia y sabiduría. Y la juventud, que se alimenta de esa fuente, a partir de la cual a su vez genera sus nuevos aprendizajes. Imperdible.
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