Los ciegos

Los ciegos

Ficha

  • Datos de funciones:

    Hasta Trilce. Maza 177
    Funciones: viernes a las 21 hs

  • Prensa:

    Prensa: Simkin Franco

 

Las posibilidades estéticas del misterio.

El teatro simbolista, también llamado teatro estático, a diferencia del aristotélico no tiene grandes acciones y todo lo que está en escena es un símbolo, una metáfora. Lo trascendental es el tema, lo banal no cabe dentro de este tipo de teatro. Los ciegos es una obra del dramaturgo belga Maurice Maeterlinck, premio nobel de literatura en 1911. Doce ciegos esperan dentro del bosque a la persona que los llevará hasta el refugio sin saber que el guía está muerto muy cerca de ellos.
En esta oportunidad Nayi Awada y Tomás Bradley logran una fiel representación que conserva la estética simbolista de la pieza literaria. En la puesta hay una fuerte presencia de la naturaleza y la fragilidad humana está expuesta mediante recursos que agudizan los sentidos del tacto y del oído.
Una suerte de sugestión sumerge al espectador en un sueño oscuro y ominoso en el cual los sentimientos inconscientes se asoman a la conciencia pero sin llegar a la superficie.
La ceguera es representada como condición física y como metáfora dentro y fuera de la escena. La ceguera del espectador que está inmerso en la penumbra y que tiene la sensación de no estar entendiendo algo, una percepción de que algo se escurre, la intuición de que algo es más grande que nosotros y no lo podemos abarcar con el intelecto.
La imagen plástica y a la vez cinematográfica genera, dentro de la ficción teatral, una realidad extraña, un código en el que el espectador es sumergido ni bien entra a la sala.
Es mérito de la escenografía y la iluminación ésta atmosfera onírica. El telón de fondo que oculta la pared del teatro Hasta Trilce me hizo recordar lo que dice Stanislavski en Mi vida en el arte justamente cuando su compañía intentaba llevar a escena la obra simbolista de Maeterlinck El
pájaro azul. El director ruso cuenta que la dificultad del teatro simbolista se le presentó en lo escenográfico, en primer lugar, porque él venía preocupado por trabajar los estrictamente actoral y, en segundo lugar, porque la estética simbolista no admite que la arquitectura del teatro quede en evidencia, había que ocultarla por completo. Descubren de casualidad que el terciopelo negro es un excelente aliado, y económico, con el que se puede tapar lo que no se quiere mostrar. Posteriormente se da cuenta de que no le sirve al simbolismo una atmósfera tan oscura, finalmente termina utilizando el terciopelo negro para otra puesta. Pero el asunto es que si bien ha pasado más de un siglo desde aquella búsqueda creo que la escenografía sigue siendo un desafío grandísimo para este tipo de obras, que en este caso es resuelto de una manera tan bella que ni bien uno ingresa a la sala ya se siente satisfecho de observarla como si se contemplara una obra del mejor artista plástico, sin duda los escenógrafos que intervinieron en este proyecto lo son. El telón del fondo aporta profundidad al bosque, las columnas como árboles y el piso alfombrado con hojas secas generan una variedad de texturas que la iluminación deja lucir en contraste con los cuerpos, que se desplazan apenas, de los actores.
En cuanto a lo actoral hay una búsqueda colectiva muy interesante. La línea divisoria entre hombres y mujeres no me pareció en este caso significativa ya que todos los personajes bucean en los misterios de la muerte y los actores y actrices forman un solo cuerpo que pretende sobrevivir esa noche.
El anciano muerto es un cuerpo en reposo, el colmo de la quietud. Una metáfora durísima de la finitud de la vida humana. Un cuerpo que aún no llega a descomponerse y que plantea una presencia fuerte, ineludible. Pero que además plantea una cuestión muy ignorada por actores y directores, la potencia expresiva de la inmovilidad.

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Categorías: Reseñas

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