Unas décadas después

En Ya no hay tranvías en el desierto de Texas, Blanca (Blanche) Estanislao (Stanley) y Estela (Stella),  los personajes de Un tranvía llamado deseo se ven obligados a compartir de nuevo, 40 años más tarde, un minúsculo espacio precario. Enfrentados al calor y el polvo de Texas, la sociedad de control y consumo y un mundo descartable, de casas prefabricadas, pastillas para la felicidad y prohibición.

Como divida en dos actos la obra comienza con una contextualización. Estela y Estanislao enfrentan a un interlocutor invisible, como dos acusados ante el juzgado nos explican el devenir de  las cosas desde nuestro último encuentro allá en un New Orleans ahora devastado por el Katrina. Los discursos de Estela, Estanislao y Tennesse Williams se entremezclan, contradicen y tensionan en constantes guiños a la realidad política actual argentina mientras una voz autorizada los corrige y censura.

En una segunda parte, ya advertidos los espectadores y los personajes de “las nuevas reglas de juego”, se auto censuran y comienza la dinámica interna de la casa. La constante irrupción del afuera, en forma de teléfono sobre la mesita de, y del pasado, como constantes alusiones al New Orleans de 1950, el ausente hijo de Estela y Estanislao y la aparición del misterio y terrorífico Oz que sacude la ya sacudida vida de los protagonistas.

La puesta rebosa de un humor cínico y crítico. Con un excelente ritmo, desde la sucesión de eventos y los diálogos hasta los maravillosos pasos de baile que realizan Estela y Estanislao. Escenografía genial, cuya precariedad ilustra y se constituye con la fragilidad de nuestros personajes, obligados a ser conejillos de indias de un sistema opresivo que los sitúa invita al juego del exilio.

Ficha:

Dirección – Patricio Azor

Actúan: Guido D’Albo, Mirta Mato, María Nydia Ursi-Ducó