Máquina drama
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Prensa:
R.C.C.R Rojas
La belleza goza más de un sentido
Una geisha (Federico Fontán) y un samurai (Ramiro Cortez) se enfrentan a sus emociones y circunstancias. Con un estilo japonés y tomados por la soledad, rabia, amargura, nostalgia y desamor cada personaje vive su conflicto o motor interno de manera individual y en conjunto. A su vez, dos actores (Federico y Ramiro) construyen esta pieza escénica. Estos personajes transitan el sentido, el no sentido y el sentimiento.
La obra se desarrolla en dos capas principales. Por una parte, a través de la danza, la historia de la geisha y el samurai. Y, por otra, se observa a los actores creando, y ensayando. Los intérpretes tienen una doble función: bailarines y técnicos. En escena, seis chapas. La elección de este material resulta interesante y arriesgada por lo grande que es cada una, su color, textura, lo difícil de manipularlas y el sonido que hace el objeto al tacto o al caerse. Estas son utilizadas en diferentes posiciones respecto al espacio escénico y a los cuerpos. Se aprecia una construcción dramática a propósito de imágenes contundentes y evocativas, buscando interpelar al espectador y que con lo observado, este tenga la labor de darle finalmente un sentido o no a la obra.
La iluminación ingresa con un diseño compuesto por luces amarillas cálidas y tenues. Por momentos, se observa una luz roja que llena de fuerza la escena. En otros, la composición queda en tonos más bien azulados o grisáceos que empujan la escena hacia una energía más moderada o contenida. Con ello, unos focos pequeños, desde el piso, acompañan diferentes escenas haciendo del espacio uno sagrado. Por último, hay un juego con las sombras de los personajes que va más allá de lo observado. Las sombras toman autonomía y se separan de su intérprete pudiendo corresponder o no a esos cuerpos.
Tanto la geisha como el samurai son símbolos de la tradición japonesa. Ambos han tenido numerosas representaciones en el cine, animé y en la literatura y que los han acercado a occidente. En esta pieza, es gracias al lenguaje corporal que el espectador puede seguir el viaje personal de cada uno de estos personajes y acceder a la relación entre ambos. Quien interpreta a la geisha viste un kimono, el pelo recogido con una vincha y maquillaje blanco. En la coreografía individual se destacan movimientos en su cuerpo y rostro de mucha conmoción pudiendo ser un desahogo, miedo o tormento. El samurai viste una chaqueta de traje negra y un vestido rojo. Pudiendo con el vestido simbolizar o no a una niña samurai. Los movimientos de este cuerpo en solitario resultan cercanos al de un cuerpo enérgico, decidido, perseverante y preparado para la confrontación. Los interpretes cuando son bailarines, capa ensayo, visten pantalón negro y, por momentos, también una remera negra. La danza en conjunto y otros momentos de encuentro destacan por el diálogo, escucha y contacto. Respecto a los cuerpos y su vestir, se destaca también el desnudo del cuerpo como decisión visual y simbólica.
“Máquina Drama” cuenta con sonido envasado y música en vivo. Con sonidos orientales completan el estilo y la construcción de la geisha y del samurai. Y, como bailarines-actores, también juegan con la cultura pop y su música.
En la construcción de estas imágenes mencionadas, algunos elementos que tienen protagonismo son: la sangre, el maquillaje y una katana. En la cultura japonesa el rojo es muy importante ya que representa, entre otras cosas: la vitalidad, la energía y la lucha. Con ello, la sangre evidencia la herida, la posible derrota o victoria, pero sobre todo la vulnerabilidad. En cuanto al maquillaje, se destaca no sólo su uso sino el rito de maquillarse con delicadeza y el contrapunto al retirar la máscara. La katana (espada larga), es un símbolo de honor y reafirma la forma en la que el samurai comprende el mundo. En ese sentido, en escena es posible observar cómo esta se utiliza por momentos asociada a la amistad, el amor, el sexo, la competencia y el estatus. Los intérpretes organizan la tensión de la representación con diferentes quiebres que le permiten al espectador salir e ingresar de ella.
Finalmente, el dispositivo generado por los intérpretes es el que posibilita a compartir aquellos momentos dramáticos. Justamente el cruce de fotografías, danza, sonido y movimientos evocativos, invitan a que el espectador asocie, recuerde, conecte, separe, recorte, concluya o no. La obra fomenta un espectador que se deje permear, activo, pero no obsesivo. Que disfrute apreciar la belleza reconociendo que ella puede gozar de más de un sentido.
Ficha:
Creación y dirección: Ramiro Cortez, Federico Fontán y Julieta Ciochi.
Interpretación: Ramiro Cortez y Federico Fontán.
Diseño lumínico: Paula Fraga.
Género: Danza
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