Todo lo que nadie ve, puertas adentro, vos lo ves

“Todo lo que nadie ve, vos lo ves, cada nervio que sufre, lo sanás” dice la canción, y parece reducir, con sencillez, el vínculo primordial entre un hijo y su madre. Sin embargo, desentrañar que esconde esta relación supone un desglose mucho más complejo que esta sencilla canción.

La acción transcurre en donde supo ser la habitación matrimonial de la madre. Los detalles del lugar dicen más que la acción en sí misma: un empapelado raído y descascarado, adornos de papel mallé que se desarman, las hormigas que comen poco a poco las paredes. La puesta en escena, a cargo de Federico Falasco, canaliza a la perfección la sensación de aislamiento y sofocación que se respira en la vulnerable y simbiótica relación que tiene esta madre con su hijo. Todo el simbolismo que envuelve a los objetos evoca una relación deteriorada y frágil.

Ante la pérdida del marido, los recuerdos encarcelados de la habitación atraviesan los días, enfermando de miedo y culpa a ambos personajes. Ella, es incapaz de salir. El, va y viene. El encierro los asfixia. De tanto en tanto, recitan y actúan fragmentos de obras de teatro. Se deben escuchar muy bien los silencios. Y también los gritos. La tensión aumenta. El cree que ella es capaz de hacerse daño, más ella cree que el la desoye.

La confianza se desmorona y la enajenación del vínculo se torna peligrosa. Sin duda, la luz tenue sobre los rostros de los personajes mientras reflexionan en voz alta y a solas, intensifica la sensación de claustro y la empatía del público con ellos es más que evidente.

La enajenación del vínculo se torna peligrosa. La crudeza del relato en la obra se logra gracias a la convicción de las impecables actuaciones de Lourdes Invierno y Julián Fuentes. Ambos actores logran poner el cuerpo a las emociones y generar en el espectador la misma sensación de encierro y asfixia que los personajes sienten en ´´Todo lo que nadie ve´´.

 

Ficha:

Diseño de luces: Christian Gadea

Dramaturgia y dirección: Javier Rodríguez Cano