Uno para todos y ¿todos para uno?

Ingresar a la sala Casacuberta del Teatro San Martin, lo primero que genera es impacto visual y algo de confusión, el espectador puede demorar unos segundos en entender lo que está pasando, ya que al mirar al escenario, es ver lo mismo que acaba de observar en el hall, desde los sillones hasta el gran mural de la pared, pasando por las enormes columnas y las escaleras, todo está reproducido en el interior de la sala.

Zambullirse en el universo sartreano, es pensar en el cuerpo como palabra, en ir más allá de lo que se ve, profundizando en la psicología de los personajes y en entender que cada uno de ellos, actúa en pos de su libertad, convirtiéndose esta en el sostén de todo su accionar, de sus errores y aciertos, siendo su bastión más importante.

Para este autor (Jean-Paul Sartre), la contraparte de la libertad es la tragedia y en este espectáculo queda claro, ya que todos los personajes van tras ella sin importar las consecuencias, la idea circula a lo largo de todo el texto.

Los hechos se desarrollan a finales de la Segunda Guerra Mundial, un partido se encuentra dividido, dos facciones enfrentadas llevan a cabo estrategias y alianzas internas para que sean sus ideas las que se impongan y puedan llevar las riendas. Los amigos, los enemigos, la fidelidad, el uno para todos (pero no siempre todos para uno), dan cuenta de un quiebre irreparable, donde todo cambia según la necesidad del momento, donde lo que un día parece incuestionable, más adelante puede ser todo lo contrario.

El escenario valiéndose de su movilidad, alberga diferentes espacios en simultáneo, donde se desarrollan hechos en el comité, una casa o una oficina, simplemente subiendo o bajando la parte giratoria o un cambio de foco en las luces.

Por otro lado, se juega con los diferentes tiempos, se puede ver a los mismos personajes en diferentes épocas, pudiendo contar la historia central de punta a punta; el transcurso del tiempo se resuelve tanto desde los hechos, como el vestuario. Salvo en el caso del protagonista que es interpretado por dos actores (estando ambos en escena en algunas oportunidades), cada personaje es desarrollado por un solo artista.

El elenco está encabezado por Daniel Hendler, Guido Botto Fiora y Florecia Torrente y se completa con Nelson Rueda, María Zubiri, Ariel Pérez de María,  Guillermo Aragonés, Juan Pablo Galimberti y Ramiro Delgado. Entre todos generan una buena sinergia escénica y logran (de la mano de su directora Eva Halac), que la historia fluya.

Se genera un muy buen contrapunto entre los protagonistas masculinos, con energías opuestas; mientras que el líder político interpretado por Hendler es aplomado, calmo y seguro de lo que dice y hace, que demuestra su experiencia y lo bien parado que está en su postura, el “secretario” del mismo (Botto Fiora) es inseguro, ansioso, nervioso, todavía no sabe bien cuál es su rol y se altera con mucha facilidad, mientras que tiene una gran tensión interna donde lo que cree y lo que siente lo confunden y todo eso juega en su contra.

Cabe resaltar los trabajos de Rueda y Zubiri, aportan ritmo y fuerza a la historia.

Todo se desarrolla en un país ficticio y en realidad no importa mucho el lugar, ya que los hechos son extrapolables a cualquier sitio, a cualquier partido, a cualquier colectivo en el que puedan surgir ideas contrapuestas y en lugar de acordar, se busque ser quien implanta su pensamiento y se alza ganador, pero … ¿qué es ganar y perder? ¿quién gana y quién pierde? ¿por qué, para qué y para quién luchan?. Un mundo en el que los objetivos y límites del propio objetivo, se desdibujan, los ideales pueden cambiar de un momento a otro.

Un espectáculo que, durante casi dos horas, habla ni más ni menos que de una gran grieta política, sus causas y consecuencias… ¿te suena?

 

Ficha:

Con: Daniel Hendler, Guido Botto Fiora y Florecia Torrente, Nelson Rueda, María Zubiri, Ariel Pérez de María,  Guillermo Aragonés, Juan Pablo Galimberti y Ramiro Delgado

Dirección: Eva Halac

Género: Drama