Los fragmentos de una historia

Una tortuga llamada fiebre sueña con elementos comestibles de color verde y mantiene diálogos existencialistas con Azucena.

Azucena viaja recordando fragmentos de su vida, esas remembranzas están inconclusas como las piezas ausentes de un rompecabezas que uno como espectador intenta visualizar para conformar el cuadro completo de la historia.

Ella vivencia intensos cambios de humor, una mixtura emocional que transita desde la extravagancia pasando por la agresividad hasta llegar a la paranoia.

Su hija Vicky es una mujer quebrada en su psiquis y Azucena no la reconoce o si, pero la olvida. Todo es tan efímero en este sitio donde habita el recuerdo.

Su madre hospitalizada es la fiel herencia de la locura.

En este contexto familiar, la protagonista se refugia en la casa de su tío, un sujeto con hábitos desagradables.

Ella es el aislamiento, el deseo inconcluso, el borde o, mejor dicho, el desborde donde aparece la amnesia, la falta del amor, el germen de la locura. ¿Cómo salvarse si uno ya está roto hace tiempo? Ella se pregunta: ¿Dónde está la gente que solía ver? ¿Tuve la culpa de algo?

La soledad deteriora.

En el escenario, el posible auto abandonado da la impresión de un lugar inhóspito donde solo Azucena habita con sus pensamientos y la estética nos retrotrae a los sitios abandonados que describe Philip Dick en el libro “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” popularizada en la película: Blade Runner. Cada tanto unas luces multicolores se encienden para darle luminosidad a la obra.

En este unipersonal, Julieta Zylberberg se luce interpretando varios personajes en escena otorgando por momentos, un lugar para el humor y otro para el dramatismo. La iluminación acompaña cada estadio del relato. En conclusión, “La fiebre” de Mariana Chaud es una obra donde una mujer se habla a sí misma hasta la locura y donde el público no se halla indiferente ante este relato de vida que se quiebra.

Ficha

Dirección: Mariana Chaud

Actuación: Julieta Zylberberg