La lucha continua

Una obra entrañable, que llega al corazón. Un espectáculo profundamente ligado a las raíces de muchos argentinos, que toca las fibras de la nostalgia y la ternura. Creada con detalle, delicadeza y con poesía, permite recrear algo de lo que fueron los conventillos de Buenos Aires, ese cobijo para tantos inmigrantes que han ido conformando nuestra cotidianeidad, legándonos su trabajo, sus costumbres, sus comidas; dando forma a nuestro idioma con los acentos y las palabras que se incorporaron y ese enorme aporte cultural de las personas simples, que alegraban su exigua existencia con música y canciones.

Rosa, una sufrida ‘tana’ poco agraciada y Berta, una francesita  bella y enamoradiza, comparten sus días. Una vida dura, demasiado, en la que todo es bastante difícil y ser mujer, aún más. Ambas trabajan largas horas planchando ropa de otros y aunque el hambre no les da tregua, la ilusión de un amor y de una vida mejor sigue llenando sus miradas. Berta tiene un propósito extra para querer salir de tanta penuria, ha traído desde el viejo continente a su hijito, un pequeño niño llamado Carlos Gardel. La belleza de la joven y su voz de ruiseñor, han despertado la admiración de un comerciante entrado en años y en bienes. Mujer y pobre en tiempos muy crudos, decide ser mercancía; cambiar sus sueños de romance por bienestar tal vez  traiga el ansiado ascenso social. Aunque algo puede salir distinto a lo planeado…

Ambas actrices brillan sobre el escenario, potentes. Un trabajo intimista, muy bien logrado en todos los aspectos. En cuanto a la escenografía y  vestuario  se han basado en el  beige y el gris, que han desplegado en un abanico de matices suaves, sin contrastes, creando un efecto sepia que apela aún más a las sensaciones del espectador.

Sobre el final, una sucesión de imágenes documentales de distintas manifestaciones de lucha femenina a lo largo de más de un siglo conforman un emotivo y esperanzador cierre.

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