Cravan, poeta y boxeador

Cravan, poeta y boxeador

No es un ring

Un muelle y un teatro comparten más de lo que uno podría imaginar. Por empezar, la palabra “teatro”, en su origen, significa “mirador”. Adelante de ambos fluye una corriente que esfuma sus formas tan pronto como se las traza. Y, más importante, ambos tablados alcanzan su sentido final cuando quién está encima, intempestivo, se arroja al vacío desnudo.

En la Villa Paranacito natal de Arturo Cravan (Nicolás Vivante) hay un muelle y una navidad que él no puede olvidar. Arturo es un joven escritor que luego de que su padre y su tía desaparezcan, migra a la gran ciudad para quedar bajo la tutela de su tío fletero, Oscar (Matías Russin). El tío se había ido del pueblo tiempo antes dejando una imagen un tanto desdibujada.

En la ciudad, el jovencito Arturo de inmediato choca contra la imposibilidad: con la poesía no se come.

Pronto el destino lo pone frente a Tony, quién otrora fue estrella de la tele y ahora gestiona un gimnasio. Ni bien Tony ve a Arturo, lo sube a un ring. Ahí arriba rápidamente empieza a perder sin vaivenes. El colmo es que él mismo es quién invita a pasar las derrotas. Le quedó algo que su tía Coca (Lorena Ascheri) una vez le dijo.  Algo parecido a lo que dice el tango: “primero hay que saber sufrir”.

La obra de Darío Pianelli más que a Rocky o a Campeones de la Vida se parece a Toro Salvaje o a Gatica, el mono. Invierte las jerarquías, resiste a la tendencia belicosa de la narrativa y se aleja de los mensajes. Si en la gran mayoría de las historias que se cuentan se inventan las condiciones más irrisorias para que todo resulte una pelea. En Cravan (como en esas otras dos grandes películas), se utiliza la excusa del boxeador para susurrar poesía. En el fango de la existencia, los embates son del destino, y dentro del ring lo que asoma no es la piña, sino el verso. La poesía lo que celebra, paradójicamente, es la derrota.

Como las subjetivas y los ruidos salvajes de Scorsese o Tanguera y ese traveling circular de Favio, el pensamiento de Pianelli está fundamentalmente ubicado en el “cómo”. El boxeo (y también la poesía) son excusas para el teatro. El teatro más argentino, popular y cercano. El teatro de la frustración.

Cada uno de los personajes encuentran su perdición: la lenta disolución de sus sueños y esperanzas. No hay semejanza pero tampoco idilio. Todo sucede bajo un aura nostalgiosa decorada por Pianito (Carina Gutierrez). Ahí en escena se entona y armoniza una música original (de Juan Cruz Rodriguez) que enmarca esa tristeza. La tía Coca es la materialización total de ese delirio romántico. Es deliberado que en Cravan, sobre el escenario y sobre todo, cerca de su final, lo que aparece no es un ring; sino un muelle.

Quizás existió un Arthur Cravan en Suiza. Quizás fue el sobrino de Oscar Wilde. Y quizás ese también supo ser poeta y boxeador. Pero también fue un fingidor y un farsante. Que acá se cuente sobre un homónimo suyo, un compadrito fracasado, nacido en la vera del Río Paraná, que sufrió para narrar, es para su memoria definitiva justicia poética.

Ficha:

Actúan: Sanchu Albert, Lorena Ascheri, Matias Russin, Nicolás Vivante

Música en vivo: Juan Cruz Rodríguez o Carina Gutierrez

Dirige: Darío Pianelli

Género: Drama

Categorías: Reseñas

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