La salida no es gratis

Una joven en una cama de hospital. Una mancha en la inmensidad de la sábana blanca. Apenas un montoncito inerte, o casi, que mira con gesto aburrido mientras la enfermera le da un baño.

Rocío es una joven con un profundo desencanto de la vida. No sabremos el origen de tal situación, pero sí que es lo suficientemente potente como para haber intentado suicidarse cuatro veces. La última, un salto desde algún alto la dejó aquí, inmóvil, acostada, punto inicial de la obra. El intento fallido, el golpe, los dolores, modificaron su cuerpo pero no su mente. Así, todo lo que dice cae impregnado de un gris profundo y algo cínico. Mientras, entabla una relación muy cercana y profunda con la enfermera que la atiende y quien, además, escribe los textos que Rocío, que es escritora, le dicta. Una relación ambigua, de amor-odio, pero vital para el proceso de ambas jóvenes.  De a poco se irá conociendo el mundo de  Rocío. El hermano, la mejor amiga -que es una mujer travesti- (su monólogo, uno de los momentos más potentes e interesantes de la obra), el noviecito un poco ninguneado. Luego se sumarán al relato las mujeres que conoce en el psiquiátrico y más tarde, su familia. El tema es interesante aunque  la obra presenta altibajos. Se extiende durante más de dos horas y se van sumando historias mientras el foco principal se diluye. Se sostiene principalmente porque las actuaciones son buenas (destaco en especial a Rocío, la enfermera, la amiga travesti y la prostituta, por la contundencia de sus interpretaciones)  y también es contundente la cohesión que transmite el grupo como un todo.

El vestuario y la técnica son interesantes; la escenografía muy esmerada y la resolución coreográfica de algunas situaciones resulta ingeniosa.

Ficha:

Actores: India Soldi, Daniela Colucci, Jimena Slame, Marisa Picollo, Patricia Giovetti, Guillermo Bechthold, Marcelo Pañale, Sergio Villarruel, Patricio Franchi, Franco Mastropiero

Dirección: Juan Washington Felice Astorga