Tintorero

Tintorero

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Un encuentro y algunas distancias

Se dice que existe una distancia radical entre el arte occidental (que tiene su cánon en el renacimiento europeo) y  el arte oriental (de tradición milenaria). Esta distancia, la entienden los occidentales, es la perspectiva. Es decir, la forma de construir una mirada sobre el mundo.

Mientras que el arte occidental es una ventana que trata de imprimir una idea de realidad y ensaya la tridimensionalidad; los grabados japoneses son planos y figurativos. Mientras que los sonetos elevan al sujeto, sus pasiones y sus verdades, el haiku (poemas pequeños sobre la naturaleza) se detiene con minimalismo en un detalle.

Una explicación sobre esta distancia es que, mientras el sujeto occidental se detiene para observar la naturaleza (quizás intentando dominarla), el oriental se sabe parte de ella.

Desde esta misma clave se puede disfrutar plenamente de Tintorero. El unipersonal que está interpretado por César Javier Arakaki, dirigido y escrito por Ivan Moschner y que cuenta con la propuesta artística de Luciana Morcillo.

La obra se podría reducir en argumento a la vida de su actor. Su experiencia reciente como preso político; el pasado migratorio de su familia, desde la segunda guerra mundial en Japón hasta la actualidad en Argentina, su historia de amor y familia, su recorrido como actor. Y en teoría ese es el contenido de la dramaturgia de la obra.

Sin embargo, con un fluir vertiginoso y a la vez sosegado (como un río), César ofrece estas imágenes y memorias en una concatenación desprovista de orden lógico-causal; de gravedad y de premisa.

Con respecto al orden: La obra podría empezar por el medio y terminar en el principio. Cuando empieza bien podría estar contando su final y cuando está terminando tampoco sabremos por qué acabamos de experimentar lo último.

Desde el comienzo se ve en escena su escenografía mínima: una estructura de caños, un banquito de madera, dos pequeñas estatuas de animales mitológicos, un bol de arroz. Esta sirve de espacio y objeto para figurar el recuerdo. Para trasladarnos entre distintos pasados y territorios. Hacia el final todo se corre un poco más cerquita al proscenio.

La iluminación conspira en este mismo sentido. Diferencia ese no-lugar escénico donde todo se cuenta, de esos otros mundos pasados y distantes que van apareciendo.

Con respecto a la gravedad: sería injusto decir que Tintorero carece de drama porque algo que sobra en el recorrido de la obra es dificultad u obstáculo. Pero el foco no está puesto en la lucha (ni en la personal, ni en la colectiva).

César por momentos ofrece posturas de artes marciales, de samuráis. Estas son esculturas en vez de figuras de acción. La actuación en Tintorero no acumula, ni se transforma. Dibuja como dibujan las escenas de acción de algunas películas orientales que asocian a las artes marciales con la caligrafía, una forma de arte visual. Ursula K. Le Guin explica esta forma de contar historias: mientras la mayoría de las historias que se cuentan son como armas, hay otras que son como bolsas.

El espectador demasiado acostumbrado al teatro occidental va a estar pendiente de lo que ocurre al final de todo este recorrido, en un tercer acto, esperando un momento de iluminación o aprendizaje (anagnórisis) o de descarga emocional (catarsis).

Con respecto a esta falta de un clímax, es natural que Tintorero prescinda de esto, en una historia que aún está inconclusa. César Arakaki, preso en una protesta, liberado, enjuiciado y esperando la apelación; está en la vida real aún en el segundo acto de su propia épica. ¿Es justo pedirle que espere para contar su historia? o incluso, ¿es necesario que saque en limpio alguna conclusión antes de subirse al escenario?

Arakaki, al final de la obra  ofrece el texto porque él lo entiende como “universal”. Hay un valor obvio en que el personaje del texto y la persona en la puesta coincidan. Sin embargo, al salir de la función, se puede comprar un librito muy económico y muy bien editado donde encontraremos entre otras cosas, la dramaturgia de Ivan Moschner para revisitarla y, también, para llevarla a otros escenarios. En ese gesto (de lo universal y de la ofrenda), se ve  otra clave de lectura para Tintorero.

Esto último es quizás lo que más haga que valga la pena. Tintorero propone un encuentro. Es luminosa y afectiva. Tiene cuerpo, corazón y cabeza. Propone un acercamiento a una cultura distinta que va mucho más allá del discurso. Desde la verdad del actor y de sus raíces.

Ficha

Interpreta: César Arakaki

Dirige: Iván Moschner

Categorías: Reseñas

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