De fantasmas y traiciones familiares… un clásico
Sin temor a spoilear, puedo decir que el argumento de Hamlet, podría ser usado para cualquier novela o serie modernas (podría? … fue). El protagonista es hijo del Rey de Dinamarca, a quien su propio hermano mata para quedarse con su trono y como si eso fuera poco, también con su mujer.
Hamlet es visitado por el fantasma de su padre, este le cuenta lo ocurrido y le pide que vengue su muerte; esto dará pie para que el comience un camino para cumplir su misión. Para llevar a cabo su plan, le hace creer a todos que enloqueció por el amor de Ofelia, bajo esta situación, tratara de dejar en evidencia a su tío, para así cumplir con su cometido.
La puesta de Rubén Szuchmacher, es moderna, no se queda con los estereotipos de antaño, sino que aporta frescura a una obra que ha pasado por miles de escenarios a nivel mundial. Aprovechando las características de la sala Martín Coronado, donde los escenarios pueden subir y bajar, cuentan con trampas y demás, crea un espacio que sin estridencias, se vuelve funcional y versátil, adaptándose a los diferentes pasajes y espacios que la historia requiere.
El director no solo logró una puesta acertada, sino que consiguió solidez y amalgama en los actores, siendo el resultado un elenco compacto y aceitado, que posibilita el fluir de los hechos y que la obra no se sienta larga, a pesar de sus 3 horas de duración.
Excelentes interpretaciones, pudiendo resaltar a Joaquín Furriel, quien compone un Hamlet que va mutando y pasando por diferentes estados, haciéndole frente con estoicismo a los 7 monólogos, creando un personaje cercano y de carácter. Por otro lado Claudio Da Passano y Marcelo Subiotto, impecables, dan cátedra en escena.
Un espectáculo integral de alto vuelo, donde queda claro que no importa cuántas veces hayamos visto un clásico, siempre se puede dar una vuelta más de tuerca y obtener resultados dignos de la sala llena que suele tener este Hamlet.