Arriesgarse a la escena

 Para quienes son asiduos espectadores de teatro, es muy frecuente la creencia de que se ha visto todo. Afortunadamente siguen existiendo realizadores que pueden barajar de nuevo y renovar el juego de la escena. Es el caso de la innovadora propuesta de Conejo blanco, conejo rojo. La pauta central de esta experiencia es que el actor conocerá el texto al momento de ingresar al escenario. Hay además otras reglas para la puesta, como que los actores no deben buscar nada sobre la obra, ni haber visto una función previa. También se les pide a los espectadores que no revelen nada de lo que allí sucede para que cada función sea un verdadero descubrimiento en conjunto.

Nassim Soleimanpour, un joven dramaturgo Iraní, concibió este texto hace siete años cuando se encontraba imposibilitado de abandonar su país a causa de una orden judicial que se lo prohibía por haberse negado a realizar el servicio militar obligatorio. Pero las fronteras pueden cruzarse de otras maneras; el texto de Soleimanpour viajó por diferentes países y fue traducido e interpretado en más de veinticinco idiomas. Un verdadero acto de libertad.

Nada de la trama puede ser revelado para conservar el efecto, sin embargo  si puede decirse que la temporalidad es uno de los grandes ejes de la obra. El “aquí y ahora” propio del teatro se redobla en esta experiencia en donde actor y espectador transitan a la par por el mismo territorio incierto de quien lee una obra por primera vez. Ambos comparten por igual la tensión de no saber hasta dónde puede llegar el texto.

Una apuesta diferente e intensa que profundiza en el riesgo de estar en escena. No podía faltar en la cartelera porteña y llegó con una interesante selección de actores que es una más de las buenas razones para no faltar a la cita.