La Navidad de los solos

Una obra tan oportuna como movilizadora en estas fechas. Rodolfo está solo. Y lo sabe.  Y no deja de recordárselo. Pero quizás no se sentiría tan presionado si no tuviera un escuálido arbolito en su ventana que le indica estar en la víspera de una fiesta familiar, repleta de amigos, de ruidos, de afectos… todo lo que le falta.

Con tonada de provincia norteña nuestro personaje exterioriza voces encontradas, como si sus miedos fueran confrontados permanentemente por un psicoanalista. Habla el inseguro y se responde el lúcido analista, pero su yo no logra acertar en la acción esperada.

Está en su casa, acompañado por su gauchito gil y un gato que nunca aparece, sin otra tarea que revisar la correspondencia (mientras más la espera, menos llega). Las pocas postales que ha recibido no lo dejan conforme, se mira con los ojos de sus conocidos y se ve poco popular, y lo que es peor, se siente poco querido. El mundo de las notificaciones y smartphones le queda lejos y lo más cercano a estos artilugios es un teléfono analógico y un antiguo televisor.

El texto que parece redundar con la acción, termina envolviendo al espectador en las propias preguntas sobre la soledad, la sociedad indiferente, lo profundo y lo superficial de las fiestas. Jesucristo, a quien Rodolfo menciona, no parece estar presente en la mesa de aquellos viejos conocidos con los que él quisiera juntarse, ni tampoco en su casa de luz tristona.

¿Adónde ir cuando nadie parece percatarse de su existencia? ¿Cuándo sólo su madre enferma llama para saber si va a acompañarla? La inseguridad, las frustraciones, los supuestos amigos, los amores que se han ido lo llevan a una tristeza que parece no encontrar alivio con el paso de los días.

Con música original en vivo de Diego Salvatierra y un gran trabajo actoral de Ricardo Torre, Angá Rodolfo es una obra que cuestiona hasta conmover y doler, propicia para ir a ver en estos días.